¿Qué es la psiconutrición?

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A todos nos preocupa, cada vez más, conseguir un estilo de vida plenamente saludable. Y, además, sabemos que dos de las patas principales sobre las que se apoya esto son la nutrición y la psicología.

En los últimos años, ha aparecido un nuevo concepto que trabaja en estos dos aspectos y que le está siendo muy útil a mucha gente. Es la psiconutrición. Si quieres saber qué es exactamente y cómo te puede ayudar, aquí vamos a explicarte los puntos básicos de esta disciplina, para que decidas si te puede aportar algo positivo en tu búsqueda de bienestar.

¿Qué quiere decir psiconutrición?

La psiconutrición es la disciplina que une a la nutrición con la psicología. Con esto, lo que se busca es dar un nuevo enfoque a la nutrición tradicional, investigando en las conexiones que hay entre los hábitos alimenticios y el plano emocional.

Lo que se pretende con la psiconutrición es identificar si hay algún problema o trastorno emocional que influya en los hábitos de alimentación, para tratar de solucionar o mejorar éstos, con el fin de llegar a unas costumbres más saludables.

Para entender bien el concepto y la utilidad de la psiconutrición hay que tener en cuenta algo que muchas veces pasamos por alto: no siempre comemos por necesidad, sino que lo hacemos llevados por otros motivos, normalmente emocionales, como la ansiedad o el aburrimiento. Cuando estos factores psicológicos son lo suficientemente intensos como para provocar alteraciones o problemas en la alimentación es cuando hay que tratarlos.

La psiconutrición trabaja sobre estos factores, para atajarlos y, junto a una educación nutritiva más formal y sostenida, lograr que la persona con malos hábitos nutricionales o problemas de salud derivados de éstos pueda reconducir su estilo de vida y acercarse al bienestar alimentario.

Hay que dejar claro que la psiconutrición conlleva un trabajo interdisciplinario. Es decir, tiene que haber una conjunción entre profesionales de la psicología y de la nutrición, para que entre ambos se puedan identificar, gestionar y solucionar los problemas derivados de una mala nutrición por motivos emocionales.

Hábitos alimentarios y estado anímico

¿Por qué influye el estado anímico en los hábitos alimentarios?

Como hemos explicado antes, la acción de comer no siempre responde a esa necesidad natural de ingerir alimentos y nutrientes para sobrevivir o desarrollarse. Además del hambre física natural, hay un hambre emocional con una naturaleza y unas consecuencias muy diferentes y potencialmente perjudiciales. Si se quiere entender esto, hay que diferenciar bien entre su origen, su modo de aparición y las sensaciones que dejan después de ser saciadas.

En lo que respecta al hambre física, es un acto natural, y aparece gradualmente, por lo que se puede controlar y, consecuentemente, tomar decisiones sobre lo que se come, con fines nutritivos saludables en lugar de impulsivos. Normalmente, cuando se termina de comer, la sensación es de bienestar físico y emocional, así como de satisfacción.

Por su parte, el hambre emocional es mucho más compleja de controlar, ya que puede responder a distintos estados de ánimos o situaciones. Para empezar, hay que reconocer que el hambre emocional suele aparecer de un modo más repentino e intenso, motivando una necesidad de satisfacción inmediata. En caso de no producirse, la sensación emocional puede aumentar todavía más.

Los escenarios en los que aparece pueden estar relacionados a momentos de ansiedad, depresión o, simplemente, aburrimiento. Pero también hay casos en los que se deben a momentos con un estado de ánimo positivo, de euforia, y que pueden estar relacionados con momentos puntuales de alegría o celebración.

En estos casos, como se puede entender, no se tiene tanto control sobre lo que se come y, consecuentemente, no hay una visión nutritiva de la comida. Es más, lo que se buscan son alimentos que aporten una sensación de saciedad instantánea, y que suelen estar relacionados con comidas dulces, que también favorecen la producción de serotonina, hormona que genera sensación de placer.

Lo malo no solo es que el hambre emocional conlleve una mala alimentación, sino que la satisfacción es menos duradera y, a la vez, puede ser causa de otros sentimientos de arrepentimiento y culpabilidad.

¿Cómo puede ayudar la psiconutrición contra el hambre emocional?

Después de leer esto, tal vez la percepción sea que el hambre emocional es algo tremendamente negativo. Hay que reconocer que todos hemos comido alguna vez por algo más que sensación física de hambre, aunque supiéramos que no era lo más recomendable. El problema del hambre emocional es que es más difícil de controlar y, si caemos en ella de un modo frecuente, las consecuencias sí pueden derivar en trastornos físicos.

Aquí es donde entran en juego las capacidades de los profesionales de la psiconutrición, tanto psicólogos como nutricionistas. Los primeros tienen que entender y atajar esa debilidad emocional que puede hacer caer en estados más extremos con frecuencia y proporcionar herramientas para ello.

Ellos son los encargados de buscar el origen de los males y buscar una solución a ellos. Una vez conseguido esto, es hora de volcarse con la educación nutricional, que tratará de corregir los malos hábitos, sustituyendo las comidas y las costumbres menos recomendadas por prácticas que resulten saludables y sostenibles.

Y es que, de algún modo, la relación entre cuerpo y mente vuelve a aparecer aquí. Si no estamos cerca de un bienestar emocional, puede ser más complicado llevar unos hábitos físicos saludables, ya que tampoco nos apetecerá hacer deporte, socializar, o, directamente, nos podemos sentir culpables si descansamos o no nos mantenemos activos todo el tiempo.

Por último, sí que hay que dejar claro que la psiconutrición no es una de esas terapias milagrosas, ni un conjunto de recetas mágicas que alguien reparte y que puede acabar con los problemas de nutrición emocional en un instante. Al contrario, según cada caso, la solución a los problemas de alimentación emotiva puede ser lenta y prolongarse durante un tiempo considerable. Pero más vale ir sobre seguro que dando pasos precipitados que puedan provocar una recaída aún más intensa.

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